1 de agosto de 2005

Las Sagas Catalanas III

Harey

La reunión comenzaba ya. Los comerciales, distribuidores y demás buitres de similar peldaño alimenticio, ya se agrupaban alrededor de las puertas, manteniéndose alerta y a la espera de que mi jefe hiciera su entrada. No tuve la necesidad de escabullirme de mi interlocutor ya que él mismo, fiel a su carácter y con una carencia absoluta de las más elementales normas de cortesía (siempre y cuando, claro está, que no sirviera para sus fines), ya había dirigido sus pasos hacia el núcleo fuerte de la actividad, y estrechaba manos a diestro y siniestro al tiempo que sonreía de la forma más encantadora y adecuada posible.

Aproveché para situarme cerca del estrado, ignorando los saludos interesados de algunos de los que esperaban la pronta liquidación de sus supuestos servicios. He de reconocer que estaba sorprendida no sólo por el hecho del que el Hombre Mono (como lo había bautizado para mí misma) estuviera allí, sino por las informaciones acerca de las bizarras actividades que se iban a desempeñar. Un profundo desaliento me invadió mientras apretaba los balances contra mi pecho, pues estaba casi segura que el trabajo que me había costado prepararlos iba necesariamente a caer en saco roto.

En efecto, con una gran sonrisa subióse el Director General al estrado, y luego de estar unos minutos hablando sobre la superación de las expectativas de los clientes, el nuevo movimiento empresarial y los caminos que habían de llevar a nuestra empresa a los primeros puestos de nuestro sector y afines, discurso que fue muy aplaudido con entusiasta afán comercial, expuso que el verdadero motivo de nuestra reunión no era discutir los ratios de ventas por áreas y volumen, sino una experiencia conjunta de desarrollo de nuestras capacidades emotivas, en aras de alcanzar la excelencia.

Por supuesto que esto último dejó desconcertado a más de uno, reacción que tuvo mayor incidencia en aquellos que poseían el cerebro mínimamente desarrollado. Como he dicho, algo más de uno.

Cuando empezaron a inquietarse verdaderamente, fue cuando El Hombre Mono substituyó al Director General ante la concurrencia, dada la natural envidia que poseen como característica principal y elemento definidor de su carácter ciertos tipos de homínidos. Los vampiros empresariales empezaron a enfadarse, puesto que no tenían ni idea de quién era el sujeto que tenía la cara de estar mejor que ellos, quizá temían un nuevo Coordinador de Estrategias Conjuntas.

Juanel todo hay que decirlo, a pesar de encontrarse ante un público descaradamente hostil, a través de bromas para inútiles mentales, ocurrencias televisivas y sonrisas Dalai Lama, con una modulación de voz digna de Caribdis, logró llevárselos al huerto. Como a tantas otras féminas que en nada se parecen a ellos, así es de diversa a la par de homogénea la raza humana.

Mi estupefacción era enorme. Mi sorpresa digna de lástima. Esperaba que lo depellejasen vivo y, sin embargo, allí estaban todos dispuestos a colocarse el casco y hacer rafting por equipos, a liarse a hacer barranquismo y a dispararse con pistolas cargadas de tinta china. Entonces me apercibí de que la única que no encajaba allí era yo. Mientras El Hombre Mono explicaba los pormenores de las actividades que se iban a desarrollar en tiempo récord, me arrimé a mi jefe, y fundando mis esperanzas en la futilidad de agilizar las relaciones entre una contable y los comerciales que destripaban a la empresa, le pedí formal permiso para irme a dormir la noche que se me debía por mis inútiles trabajos, en la cómoda y fresca habitación del hotel.

Ni que decir tiene que fue denegado, puesto que se me había invitado especialmente a participar de dicho evento, no sé por cuales conclusiones traídas de los pelos, aunque la sospecha de que fue espoleado por cierto compañero mío con el cual mantengo una excelente relación de discordancia mutua (lanzamientos de grapadoras y caídas accidentales de archivos) aumentaba por momentos mi indignación, provocada por el hecho de ser obligada a participar en semejante circo.

Finalmente, con un grito triunfal secundado por su atenta y entusiasta audiencia, al más puro estilo Humor Amarillo, Juanel nos citó en media hora en el hall de hotel, equipados con los chándales y zapatillas cortesía de la empresa.

Mi horror no tenía límites.