2 de junio de 2005

Las sagas catalanas II

(Narrado por Limuk)

Estaba yo inmerso en desentrañar las complejidades de una de esas tramas inmobiliarias que tanto daño hacen en la vida política nacional, cuando repentinamente sentí un impulso desaforado por coger el móvil y llamar a mi media naranja. Sabía que ella se encontraba en Barcelona, asistiendo a una aburrida reunión empresarial en la que, como de costumbre, su intervención para exponer la parte financiera del tinglado era absolutamente capital. Conste, además, que no lo digo por el peloteo propio del vínculo afectivo que nos une, sino por sincera admiración de sus capacidades a la hora de lidiar con datos, cuentas y balances ante los que, generalmente, el común de los mortales no puede sino santiguarse y echar a correr.

Recapitulando, sabía yo que me exponía a que su móvil, con esa sintonía un tanto hortera que le ha configurado (puede comprobarse que cuando hay que ser duro lo soy, aún a pesar del precitado vínculo de afectividad), irrumpiera la serena nitidez de la exposición, ante la plana mayor de delegados provinciales de su empresa, pero el pálpito que había removido mis entrañas me obligaba a no dejar de intentar escucharla. Me decidí pues a marcar su número. A resultas de lo anterior, pude saber que el vuelo había llegado bien, el hotel fantástico, la sala de reuniones digna de un banquete de bodas, y la situación en oriente medio sumamente inestable (lo que evidencia que nuestras conversaciones telefónicas trascienden la típica charla almibarada de enamorados, llegando éstas a versar sobre temas de actualidad comprometidos y candentes). Pero había más noticias: su exnovio andaba por allí. No es que uno tenga natural celoso, como aquel famoso moro que, inducido por un vil súbdito británico, organizó una sangría de Dios es Cristo, pero el hecho de que Juanel pululara por la reunión no me inspiraba mucha confianza, antes bien, al contrario, me sumía en una profunda preocupación. No quiero significar con ello que temiera que se avivaran las brasas de un romance que, me consta, está muerto y enterrado desde hace tiempo, no. Se trata, nada más, de que los antecedentes del muchacho habrían hecho recelar hasta a la más confiada ancianita. Juanel había pasado tres años en un centro de desintoxicación para adictos al fitness en la provincia de Lugo, recuperándose de una severísima dependencia a los aparatos de musculación abdominal. Sólo la lectura de Jean Paul Sarte, Albert Camús y otras luminarias del existencialismo le habían salvado de las garras de la vigorexia aguda. Dichas lecturas, por prescripción de los facultativos del centro, se compeltaron con las obras completas de Coleman, el gurú de la nueva organización empresarial, cuyas doctrinas inspiraban la disciplina "agradablemente monástica" de los internos.

No obstante, el resultado del tratamiento fue un indigesto cocktail de filosofía postmoderna, técnicas de excelencia en el trato con el cliente y/o consumidor y ejercicio físico entendido como práctica saludable que tiene en cuenta la vertiente holística del individuo en la sociedad de consumo del siglo XXI. Con los datos que acabo de referir, convendrán conmigo en que la cosa era para estar preocupado. Resulta en fin que, como no cabía esperar otra cosa, la buena de Harey ya había activado todas las cautelas exigibles al efecto, y estaba muy al tanto de cualquier posible maniobra que Juanel pretendiera ejecutar. Desde luego, que iba a necesitar extremar las referidas cautelas, pues el mancebo asistía a la reunión con el único fin de impartir un curso que bajo el sugerente título de "Inteligencia Emocional: hace una nueva sensibilidad Bussiness to Consumer" prometía incrementar el nivel de ventas de la empresa y la calidad de vida de sus empleados. La conversación no pudo extenderse más, pues la presencia de Harey era reclamada a voces por los asistentes a la reunión. "Ánimo, cariño" y colgó.

2 comentarios:

Pepe dijo...

Hmmm, bien. Pero, ¿cuál era el pálpito que había removido sus entrañas de Vd?

harey dijo...

Allegra, GRACIAS, GRACIAS por tus recomendaciones, que has visto efectivas, sobre la forma de ocultar los comments. ¡Diablesa!