22 de mayo de 2005

De viaje


El viernes os hablé de la reunión, para acabar consolándome de ella diciendo que me iba de fiesta...

Cada cierto tiempo quedamos unos cuantos amiguetes para llorar por nuestro exilio autoimpuesto en este mundo que nos pilla tan lejos. Me regodeaba pensando en la fiestecilla que nos íbamos a meter el viernes por la noche mientras conducía mi coche hacia la estación. Hay que joderse, los malditos vehículos que se gastan aquí. Puedes correr a doscientos por hora, pero la ley no te lo permite. Es algo así como tener novio y salir con minifalda.

Me iba a Madrid en tren.

En la estación de *** me aguardaba una sorpresa: un czarciano vestido de seda negra y con gafas de sol que me saludaba afectuosamente después de venir corriendo a mi encuentro. Yo le seguí la corriente, porque a pesar de que su cara me sonaba, cosa nada rara porque el modelo que gastaba es un clásico de los ochenta, no podía entender de qué narices conocía yo al tipo aquel.

Al minuto me di cuenta de que no iba solamente borracho, sino puesto de polvo de ángel hasta la coronilla de su cabeza de gatazo de cuarenta años y coleta llena de canas. Fui siguiéndole la corriente, inventándome las respuestas y sonriendo mucho, hasta que me enteré por fin de quién era: el camarero y dueño de un bar al que iba yo cinco años atrás, ex-jefe de mi antiguo novio, un androide nerk hipermusculado que había venido aquí a estudiar kárate y había acabado seducido por las técnicas de asertividad de Coleman. Pero ésa, y la de Sagas Catalanas en el Campamento Ewok, son otras historias.

Aguantar a un czarciano espídico dentro del mínimo espacio de un tren de grandes líneas durante tres horas es un suplicio difícil de soportar. Trasegó cuatro whiskys, tres cervezas, golpeó la barra de la cafetería varias veces con la frente, cayó en el vagón de al lado al abrirse las puertas, insultó al camarero y a las azafatas, se puso a discutir con tres empresarios árabes que se estaban riendo de él, se empeñó en echar al pobre chico que iba a mi lado para sentarse conmigo y, finalmente, después de fumarse un porro en el cuarto de baño, se quedó dormido. Llevaba tres días sin dormir, y además esa misma tarde le había fastidiado dos costillas entrenando taek-wondo.



Aspecto aproximado de mi compañero de viaje



A pesar de tener su mole casi encima mío, de no poder escribir, de querer ir al baño, me pasé tres cuartos de hora sin apenas moverme, temerosa de que el czarciano se despertara. Quién sabe qué sería capaz de hacer a continuación. Su conversación era inagotable e inteligible, pero la acompañaba con una sonrisa y numerosas muestras de afecto hacia mí, su amiga de toda la vida, la mejor amiga del mundo y la mujer más guapa de todo el pasaje (algo que hizo saber, además de otras groserías referentes a su aspecto, a la ecuatoriana que iba sentada en el asiento contiguo).

"Vuelves el domingo, ¿no?" .
"Eh... sí" asentí.
"¡Pues a ver si hay suerte y nos vemos!".


¡Rajado jar!


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